Ahí está él, vestido apenas con una playera de lo más común y unos pantalones cualquiera. Nunca entenderé cómo hacen algunos hombres para verse bien tan solo con eso. Pero se ve que se divierte. Se acerca a ella, la he estado mirando desde que llegó con sus amigas. Creo que ellas planearon una noche «sin hombres» y gozan a lo grande. Se alocan con la música y la bebida. Ahí ha estado ella la mayor parte de la noche, la veo sonreír, ignorar todo a su alrededor excepto a sus amigas. Me fijo en su nariz, ligeramente curvada como pienso que he nacido para merecer. Me llamó la atención desde el instante en que apareció.
A él no lo vi llegar, se confunde fácilmente entre la gente hasta que te fijas en el tatuaje que trae en el cuello y en la curiosa pareja que hace con su amigo, el chaparrito trajeado. De alguna manera me robó la idea. Lo acabo de ver pasar cuando otro de sus amigos le dijo algo y fue con ellos. Después regresó bailando sin inhibiciones, con esa sonrisa que muestra los dientes, con ese paso seguro. Por un momento tomó asiento, se sentó en una pose caprichosa que dejaba ver que estaba completamente cómodo y en su ambiente, sabiéndose joven y plenamente capaz. Ríe y posa para las fotos, parece que lo hubiera ensayado. Ella no parece prestarle mucha atención a él. Él no se desanima, fue acercándosele poco a poco y ahora él y su amigo trajeado ya están bailando en el mismo círculo que ella y sus amigas. Luce seguro, confiado, y eso a ella le impresiona. Astutamente él la ha alejado un poco de ellas.
Lo veo y me lamento por no haber tomado la iniciativa, realmente me robó la idea y el momento. Sé que a ella la recordaré por un buen tiempo, él no hizo nada que yo no hubiera podido hacer y seguramente es un tipo que no tiene ni un centavo en el bolsillo. Entre más repaso la situación voy viendo algo, algo que lo caracteriza a él y a su comportamiento. Me doy cuenta que existe una pequeña diferencia: yo jamás podría estar tan orgulloso de mi mismo. Tal vez por eso nunca me han gustado estos lugares.