Hace muchos años, cuando estaba en la primaria, apenas sabía que existía algo llamado «música». Sabía de sonidos, ruidos y había escuchado algo de notas musicales. Incluso cantaba canciones y hasta me las imaginaba pero no tenía mucha conciencia de lo que estaba haciendo. Más adelante, a finales de la primaria, salía derrepente en la plática el tema, algunos amigos escuchaban ciertas estaciones de radio y, más aún, programas musicales. Vagamente recuerdo algo llamado «Friends connection», un viejo programa que escuchaban mis hermanas en el que las personas se dedicaban canciones mutuamente. No recuerdo ninguna música de aquel entonces. Para mí no significaba nada, no había nada especial en ella. Se trataba únicamente de un entretenimiento más que difícilmente capturaba mi atención por más de unos cuantos minutos.
Muchas veces he escuchado decir que cada época tiene su música, su ritmo y sus principales exponentes. Eso siempre lo había aceptado como un hecho histórico y nada más. Aún no estoy seguro de comprenderlo del todo. Luego llegó la televisión por cable y MTV. Nunca he visto MTV más de unos momentos. Pero la gente hablaba de eso, de todo eso. Te subes al autobús, tomas un taxi, vas al tianguis o a una tienda y nunca falta, de inmediato entras en el ambiente musical de otra persona, otra clase social, otras historias distintas a la tuya pero a veces, en las circunstancias más extrañas, pasa algo, un pequeño detalle en común entre tú y esos desconocidos. Es desconcertante, pensaba que el mundo era muy pequeño y sólo existían unas cuantas piezas musicales. Con el tiempo he aprendido que hay una enorme variedad, incluso algo que parece especialmente hecho para mí.
Recuerdo hace muchos, muchos años, en la sala de mis abuelos había un mueble ancho con varios pares de puertas corredizas abajo. Estaba lleno de discos de principio a fin, dos tornamesas arriba. Rara vez mi abuelo ponía el radio entonces, pero siempre me contaron que disfrutaba mucho de la música. Bocinas en caja de madera en sus dos automóviles lo confirman. Recuerdo el equializador y el amplificador debajo del tablero, me gustaba mover tantos botones deslizantes. La casa también estaba marcada, antiquísimas bocinas colgaban detrás de una cortina, en el techo de un pasillo, arriba de la ventana de la cocina. Me tocó escucharlas pocas veces. Fui creciendo y claro que hubo canciones que tarareaba, que escuchaba en alguna parte y luego ya no podía sacar de mi cabeza. Pero ninguna con la que me identificara o que me gustara la letra en particular.
Ahora que lo intento, veo que no es tan fácil de explicar. Creo que todas estas cosas siempre tienen algo que ver con la adolescencia porque fue entonces cuando por primera vez comencé a ubicar a los artistas, a fijarme más. Viéndolo en retrospectiva, me resulta increíble que haya desperdiciado tanto tiempo, haber vivido tan en silencio cuando existen tantas maneras de abordar la música. Fue en un autobús, camino a la secundaria, cuando escuché una canción que me había llamado la atención años antes. Nunca supe quién la cantaba ni qué decía, era un enigma. Después la escuché cuando en esa misma escuela preparaban una tardeada y hacían pruebas de sonido. No recuerdo cómo identifiqué la música pero los meses siguientes los dediqué a buscarla a como diera lugar. Nunca había buscado música, fue una tarea que emprendí con nula experiencia. Me fijé en los puestos de cassettes piratas y fue en uno donde la encontré. Es increíble que ese lugar en particular haya tenido tan a la vista música vieja, en vez de los éxitos del momento. Encontrar esa canción me dió mucha felicidad, escuché todo el álbum varias veces y me gustó completo. Más adelante contagié mi entusiasmo por esa música a otras personas, compramos los demás álbumes piratas y después, allá por el año 1999, por primera vez tuve un aparato de CD. Compré primero el CD original que incluía aquella canción que me gustaba y después toda la discografía.
Me gustaba escuchar la música tranquilo, casi en silencio. Después de meses del antiquísimo Walkman Casio y los audífonos semidescompuestos, escuchar la música en unas bocinas y con suficiente volumen para llenar la habitación era una experiencia casi mágica, y como tal absorbía toda mi atención. No podía yo hacer otra cosa más que sentarme, quedarme quieto y escuchar atentamente aquello. Esa grabadora fue muy especial, aunque debo admitir que la usé muy poco. Por aquella época llegó también la computadora y el internet, pleno boom del mp3. Recuerdo claramente Napster y las horas dedicadas a localizar aquellas viejas canciones que recordaba y suponía que me gustaban. No formaban parte de nada, piezas sueltas que quizá expresaran algo distinto a lo que yo percibía en ellas. Imagínense a un coleccionista miope de estampillas postales.
Más adelante, un día, encontré mi Walkman descompuesto. Introduje un cassete pero no funcionó. La autopsia reveló que alguien de la familia lo había tomado prestado, lo había roto y en un intento desesperado por ocultarlo utilizó un pegamento muy poderoso, que escurrió en el interiror del aparato y selló para siempre el mecanismo. Furia, furia total y desilusión al no poder cargar con mi música a donde quisiera, ya no más.
Pero prevalecía la tranquilidad, la experiencia relajante de la música en mi vida. Siempre desprecié el estruendo y la locura de la música que el vecino ponía en sus fiestas. Todavía, la mayor parte del tiempo, prefiero escuchar como a lo lejos la música, asombrarme por cada detalle. En un cumpleaños, antes de la llegada del CD a mi vida, me regalaron un Walkman un poco más fino. Debo decir que a la fecha no he escuchado nunca un programa de radio con la intención de hacerlo, las pocas veces que he llegado a encender el aparato (actualmente no lo hago) es por casualidad, con el Walkman era distinto, alimentaba mis noches de insomnio con fantasías musicales. Me percaté de que mi gusto estaba muy disperso, aún después de casi siete años tengo dificultad para definirlo. No sé mucho de géneros, la verdad no me gustan los géneros ni las discusiones que suele haber por ellos. Que si la música de antes era buena y la de ahora son puros tamborazos, que si tal canción es clásica de tales años, que no cantes tal cosa porque revela tu edad. No puedo decir que me guste particularmente el rock ni la música clásica ni lo electrónico. El pop para mí es lo que sea que esté de moda. Reconozco, eso sí, una canción ranchera en cuanto lo escucho pero hasta ahí llegan mis habilidades.
Mi colección de música crece muy lentamente, piezas que escucho en alguna parte, algo viejo y bizarro que estaba perdido en la memoria. Cosas más actuales que simplemente me divierten, otras que me asombran y las más peculiares que como por arte de magia logran transmitirme un sentimiento poderoso y arrollador. Sé de lo que hablan, lo que se siente.
También recuerdo las clases de música, únicamente en la secundaria. Clásico que se trata de una flauta y un salón lleno de niños que no saben lo que están haciendo. En quinto año de primaria impusieron la enseñanza de la música en mi escuela. La clase era un fracaso completo, desorden puro. Pero el profesor amaba la música, logro darme de cuenta ahora que lo analizo. Eso explica seguramente cómo es que lograba soportar las dificultades de ser maestro, de que nadie le pusiera atención. Al año siguiente de mi primer clase de música me cambié de escuela, pasé un año sin esa materia y la retomé brevemente durante el primero de secundaria. Nisiquiera recuerdo el nombre de ese profesor pero si su presencia, era imponente. Llegaba muy serio con su cara de bulldog e imponía respeto al instante. Lo primero que dijo es que normalmente las clases de música no se tomaban en serio, que las escuelas impartían esa clase por motivos muy distintos a los que deberían (que básicamente sería un genuino interés en el arte y la cultura, así como el amor por la música) y que aquí las cosas iban a ser muy distintas. Imposible olvidar la disciplina, el orden, el respeto. En esa clase aprendí a leer las partituras, me dió gusto conservar esa habilidad hasta hace algunos años, cuando la falta de práctica me hizo perderla. Todo mundo se burlaba del profesor los lunes por la mañana, cuando en los honores a la bandera dirigía con solemnidad al coro de niños indisciplinados. Lo hacía con total respeto y dedicación, ahora le guardo respeto porque he comprendido que de alguna manera y al menos una fracción de lo que decía era cierto. Siempre decía que la música era lo único perfecto que el hombre podía hacer, que debía ser perfecta por su propia naturaleza. Y por ello tenía cualidades casi sobrenaturales que acercan al ser humano a Dios. Es algo exagerado, lo sé, pero tiene algo de razón en cuanto a lo sobrenatural. La música convierte el entorno, el momento en algo más digerible. Puede transformar la vida.
Nunca había pensado en todo esto hasta hace poco que mi hermana compró un subwoofer, tenía mucho tiempo buscándolo y yo no entendía para qué. Sólo me imaginaba que sería como cuando el vecino ponía a todo volumen su punchs-punchis. En parte ha sido así, pero para mí ha resultado algo más especial. Me sorprende que con algo tan simple el sonido se escuche tan claro, que tenga un volumen tan alto y no se distorcione. Los sonidos graves se pueden sentir en la piel. No es perfecto o tal vez no sé manejar el equalizador todavía, porque destroza lo agudo, aunque aún así se escucha mejor que en las viejas bocinas de la grabadora. Me da gusto, de nuevo volví a ser incapaz de hacer otra cosa mientras escucho mi música favorita. No puedo, simplemente no puedo pensar en nada, toda mi atención se consume en ese momento. Como decía, es algo que resulta difícil de explicar pero está ahi. No me di cuenta de que me había convertido en aquel que tanto odié, aquel que pone su música a todo volumen creando un caos sonoro incomprensible para los demás, hasta que recibí de mi familia el comentario generalizado de que escuchaba la música demasiado fuerte. ¿Cómo podía ser? ¿yo, el amante de la tranquilidad y serenidad? Pero era cierto. Pasé a la siguiente etapa. Algo tarde en la vida, lo sé, pero nunca es demasiado tarde para disfrutar de la música.
También me doy cuenta de que debo conocer más, escuchar más cosas. Mi escaso conocimiento se debe sin duda a la mala costumbre de no escuchar música. Años y años sin hacerlo. Es tan simple, ahora comprendo a los demás, a aquellos que pasan en su automóvil con el volumen a un nivel ensordecedor. Es pasión, pasión pura por aquello que llena el corazón. Antes de la música nisiquiera sabía lo que era pasión.