Desde que me cambié de ciudad, hace como seis meses, no he llegado a conocer mucho de la ciudad. En SLP me gustaba ir al centro porque es una zona peatonal muy amplia y llena de recovecos que conozco desde la secundaria. Pero acá el centro es muy distinto. Para empezar, las calles son un poquito más amplias de modo que ir en coche en fin de semana u hora pico no es una idea tan descabellada como allá. Hay comercio de otro tipo y una placita comercial con amplio estacionamiento que se llama El Parián, que aunque no va a ganar ninguna medalla al diseño arquitectonico más vanguardista o a llegar a ser la cumbre de las boutiques exclusivas, es algo muy práctico y creo que en San Luis vendría bien algo así ahí por la Alameda o como renovación del apretado estacionamiento de Fundadores.
El Parián tiene tres o cuatro niveles de sótano, uno es de comercio y los demás de estacionamiento. Cuenta la leyenda que al estarlo construyendo hubo un accidente en el que se cayó un autobús (escolar, en las versiones más dramáticas) al agujero y que los fantasmas de los niños se dejan ver de vez en cuando en los niveles inferiores. Lo que a mi se me apareció ahora que fui fue una enorme pecera de arrecife marina. Es curioso porque está instalada en el área de comida, que en la foto de arriba se ve en la esquina izquierda de arriba como estaba en remodelación en aquel entonces.
Tiene 3.20 metros de largo (el tamaño de la hoja de cristal completa, aunque hay mas grandes sobre pedido) en cristal de 16mm y una capacidad de miles de litros. Vista así puede que no parezca la gran cosa pero eso anaranjado es un cuarto completo dedicado exclusivamente a la pecera y todo su equipo. Lo sé porque hablé con el señor que la hizo, me platicó que él la entregó mas presentable y con corales pero que el cliente no le contrató el mantenimiento y ahora se lo da «otro acuario que anda por ahí» y quien sabe que fue de los corales. Es curioso porque en esta ciudad es muy común el acuarismo marino, mientras que en San Luis solo puedo recordar un único local que manejaba ese tipo de cosas, aunque en mercadolibre hay vendedores potosinos que nunca llegué a conocer y no se si tengan tienda física. Es curioso también porque en esa misma plaza comercial ya existía una pecera enorme de peces japoneses en un local de renta de computadoras y porque en otro local hay un acuario que tiene como 40 peceras pero nadamás dos que tres peces.
Me estacioné en el Parian y vi pasar una peregrinación porque esta semana fue día de la virgen de no me acuerdo y había puestos y un tianguis por la virgen y otro tianguis por el regreso a clases y, como casi no me gusta chacharear, me puse a ver los puestos. Lo más interesante que vi fue un puesto de libros de segunda mano, donde me gasté todo mi dinero menos lo de una charolita de tres hot dogs por $20.
Los tres libros más grandes (y «caros») son libros condensados del Reader’s Digest, famosa revista de antaño que, cuenta la leyenda, es controlada por un culto que tiene una genda oculta y que trata de hacer proselitismo de manera velada y que, si analizan la temática y tratamiento de las historias, se les hará evidente. No se que haya de cierto en eso pero estos libros condensados me gustan mucho porque cada uno trae cuatro novelas que han sido editadas para hacerlas mas breves. No son las grandes novelas que se discuten en las tertulias literarias de los prestigiados clubs de cultura, generalmente son solamente entretenidas y «best sellers«. Son de esos libros para dominguear y otra cosa que me encanta es el tamaño, diseño y encuadernado que traen, en pasta dura y acabados de lujo. Se ven muy lindos en el librero.
Si se fijan mucho en los autores notarán que se repite Dick Francis, que es un escritor inglés que escribe novelas de misterio protagonizadas por jockeys. Es muy del estilo de los libros condensados y pues he leído dos que tres libros suyos y son entretenidos y amigables con el usuario. El que los haya leído no quiere decir que los adore o que su lectura sea muy productiva. Los hallazgos de la ocasión, sin embargo, creo que fueron unos libros antiguitos.
«Dune» que tiene como diez años que quiero leer y que ahi dice ser el más grande de la ciencia ficción ever, cosa que no me creo. «Homo Plus» que si es un clásico. Un libro de Arthur C. Clarke del que nunca había escuchado el título e ignoro que sorpresas depare. Y «La vorágine«, una novela colombiana de 1924 que quiero leer desde que vi la entrada al respecto en una enciclopedia hace como 17 años. Ese fue el libro que más desentona y, aunque no lo he leído, ese título y yo tenemos historia. Cuando leí la palabra «Vorágine» por primera vez tuve que consultar el diccionario y luego cobró mucho sentido que fuera el sustantivo del que se deriva el sustantivo «Voraz». Hace siete años, cuando estaba creando este blog, hice una categoría llamada «Vorágine» destinada a los eventos más personales que planeaba contar en este blog. Otra cosa es que ese libro lo había olvidado hasta que en el 2008 lo encontré en una conocida tienda de libros de segunda ubicada en la calle de Zaragoza en el centro histórico de SLP. Iba a comprar ese y otro libro pero me distraje y en eso entró una pareja y se llevaron «La vorágine» y jamás volví a encontrar ese libro por mucho que lo busque en versión pirata digital. En 2008 se iba a publicar en este blog un post titulado «Por despecho» narrando esa historia, porque luego de que se me escapó de las manos ese libro tomé una foto a un portal de una antigua casona del centro. Al bajar la cámara un homeless me gritó muy enojado que porqué le había tomado una foto. Yo ni lo había visto, él estaba sentado en los escalones de una casa de al lado y la verdad ya ni me acuerdo si sale en dicha foto. En el post iba a incluir una versión en PDF que encontré , aunque no es muy útil porque trae las páginas escaneadas como imagen de un libro muy antiguo y deteriorado. Ahora solo falta que lea «La vorágine» y me aburra muchísimo o no signifique nada.
Justo al lado de catedral pasa una avenida que se llama Madero y que estuvo cerrada varios meses por una remodelación hasta que finalmente abrió hace poco. Pero ahora me entero que esa avenida renovada, ampliada, recuperada, las autoridades la cierran bajo cualquier pretexto, como por ejemplo hicieron el dia de la inauguración de las de renovación. También los fines de semana en la tarde-noche. La idea es convertirla en un corredor peatonal para la vida nocturna en familia. Pero el único camino que conozco a casa, bueno, el más directo, pasa por Madero, que es una avenida de un solo sentido y cuando la cierran me pierdo.
Madero estaba cerrada por la peregrinación y el tianguis de la virgen de no me acuerdo. Me perdí.
Algo peculiar de la ciudad de Aguascalientes es que está organizada en torno a tres anillos viales, de modo que en la mayoría de los casos basta con avanzar en cualquier dirección para ir a dar a uno de los anillos y de ahí nos podemos ir sobre dicho anillo hasta llegar a alguna parte que reconozcamos. Bueno, se puede siempre y cuando no nos importe gastar tiempo y gasolina. Di vuelta en la desviación hacia una calle que he pasado una o dos veces en el pasado y que ya se que, tras una que otra vuelta, va a dar a el primer anillo. Debo haber dado una vuelta equivocada en algún punto porque fui a salir a carretera. Anochecía y al encender las luces miré el tablero y noté que me estaba quedando sin gasolina. Por suerte había una cerca, me comí el último hot dog mientras se llenaba el tanque y regresé sobre mis pasos hasta que vi los letreros de «Centro para allá». Y si salí para allá, ya iba muy contento sobre primer anillo cuando me topé con los señalamientos anaranjados de «Obra en construcción». Me desvié, di vuelta tratando de llegar a una calle que me suena de nombre pero que iba en sentido contrario y terminé extraviado en un fraccionamiento que no tiene salida porque colinda con una vialidad a desnivel, estilo el Río Santiago de SLP. Me detuve en la calle de Loma Escondida (no pude evitar notar la ironía) y pedí ayuda por teléfono.
Fue divertido.